CAPITULO III

 

A bordo de la nave espacial, Kain fue tratado con toda la falta de delicadeza usualmente dedicada a los presos, propia del sistema del Nuevo Imperio. Fue empujado al interior de una pequeña cabina, en la que sólo había un pequeño camastro, que constituía el más pobre de los sustitutivos de una litera contra la aceleración.

Al producirse el lanzamiento hacia el espacio, y empezar la nave a desgarrar la gravedad del planeta en su marcha ascensional, Kain tuvo que permanecer aplastado contra su catre, con las manos como garfios asidas a los bordes de su pobre litera, para tratar de sobrevivir. La nave rugía con el potente escape de sus reactores, ascendiendo hacia el rojizo firmamento, por encima de la ciudad de Stanarta, conduciendo a Kain aplastado contra su camastro, respirando agónicamente, hasta perder toda conciencia por la brutal presión de la aceleración.

Volvió en sí con el pensamiento de que ya no tenía estómago y con la cabeza a punto de explotar. La pequeña cabina era como una tumba metálica, que le recordaba además, lo más espantoso que esperaba a Kain: el traje de fibras nerviosas, instrumento de la más sádica tortura imaginada jamás, allá en el penal de Granzil-Dos. Le obligarían, con aquel espantoso objeto de tortura, hasta que dijese algo del secreto de las bombas mentales, a las cuales Kain había tan eficazmente ayudado a diseñar. Y después, aquellos monstruos, incrementarían la corriente, hasta que muriese dentro de aquel infernal dispositivo, tal y como le había ocurrido a su hermano Rolf...

La nave espacial continuó todavía dejando percibir el estruendo rítmico y sordo de sus potentes reactores por cierto tiempo, después el estruendo cambió por el zumbido más suave, parecido a una fuerte corriente de aire silbante, sobre un vasto páramo. Y después desapareció todo ruido quedando sumida en un silencio aterrador. Kain comprendió, entonces, que la nave, había entrado en el vuelo «curvo» fuera de toda medida de tiempo. Ahora viajaba a través de años luz, hacia el sistema de Granzil, el segundo planeta en donde el Nuevo Imperio mantenía la colonia penal y donde esperaba un traje de fibras nerviosas para Darrel Kain.

De pronto desapareció la obscuridad en que estaba sumida su cabina, por la manipulación que desde el exterior, alguien realizó, encendiendo un bulbo metálico, que esparció una claridad difusa en el interior de la pequeña estancia. La puerta giró sobre sus pivotes y el ruido de un par de botas claveteadas magnéticas, irrumpió en el umbral.

—Espere aquí —ordenó el Comandante Scudderman, al joven guardián de prisiones que le acompañaba, quien se detuvo en la puerta, mientras el jefe entraba en la cabina. La pálida luz puso un contraste de sombras en las rechonchas facciones de Scudderman, al avanzar hacia la pequeña litera en que descansaba Kain.

—Pensaba en usted, mientras descansaba en mi magnífica litera de goma espuma, durante el lanzamiento de la nave —dijo al prisionero, recreándose en el sufrimiento de Kain.

—¿A qué viene usted aquí? —preguntó el preso, sin moverse de la posición que ocupaba.

—Precisamente a verle a usted —repuso Scudderman, con su perpetua sonrisa descarada y cínica.

—¿Viene a recrearse con mi desgracia? —continuó Kain—, Ya me dijeron que usted no dejó de reír placenteramente, mientras mi hermano agonizaba en el traje de fibras nerviosas.

Scudderman, se encogió de hombros ligeramente.

—Quizá lo hiciera —respondió—. No querrá usted creerlo, Kain, pero creo que es una visión deliciosa ver cómo un miembro de la Liga Mutante, exhala su último suspiro. Sin embargo, supongo que todos tenemos una diferente apreciación de los valores estéticos. —Y el Comandante del Nuevo Imperio, sonrió más abiertamente aún como congraciándose de su propia chispa humorística.

Scudderman permanecía de pie cerca de los pies del camastro de Kain y éste comenzó a pensar en la posibilidad de atizarle un buen puntapié en su inmensa barriga.

Y lo hizo.

Lanzó el pié con toda su fuerza hacia arriba, rápidamente, aplastándolo contra el exagerado abdomen del Comandante. Scudderman, dejó escapar un sordo rugido y cayó pasadamente sobre sus rodillas en el acerado piso de la cabina, aullando desesperadamente.

—Eso —observó Kain— es una bonita ilustración de la teoría que acaba usted de exponer. Así han quedado mis gustos por tales valores, y no los suyos, supongo.

Desde la entrada de la cabina, el joven guardián de prisiones, se precipitó al interior como un tornado. Era un joven macizo, poderosamente constituido, en su primera juventud y se detuvo cerca del camastro para considerar la situación.

—¡Me ha dado un puntapié! —gritó Scudderman entre lamentos—, ¡A mí! ¡Que lo aplasten!

El joven oficial de prisiones hizo un rápido movimiento. Darrel Kain trató de incorporarse; pero el joven guardián fue más rápido y el preso se vio atenazado por un par de manos de acero que le aplastaron de nuevo contra su camastro. Kain comenzó a luchar furiosamente para desasirse; pero cesó al darse cuenta de que el joven le guiñaba significativamente los ojos. El joven siguió representando su papel de defensor de su jefe y en un momento en que la boca del joven, estaba junto al oído de Kain, le dijo:

—¡Cuidado! ¡Quédate agazapado! —le susurró rápidamente a través de sus dientes encajados.

Kain obedeció, permaneciendo con los ojos cerrados y en silencio, mientras el joven guardián se incorporaba.

—Ya le he dominado, señor —informó el guardián—, Le he aplastado una mandíbula.

—Es usted un buen elemento —repuso el Comandante.

A través de los ojos entornados, observé cómo e1 corpulento guardián ayudada a su señor a incorporarse y a acompañar al dolorido Scudderman fuera de la cabina. Antes de salir, el joven, fiara completar la comedia, dijo con tono de profundo desprecio, mirándole:

—¡Un parásito de Liga Mutante! ¡Fuaf! —Y escupió al propio tiempo, produciendo con los labios un seco chasquido.

Aquel sonido seco, trajo a la mente de Kain, la idea de los cables introducidos en la carne de las víctimas encerradas dentro del traje de tortura, de fibras nerviosas.

* * * *

Pasaron algunas horas, durante las cuales Kain pudo dormir. Después despertó. Le despertó la sensación de falta de tiempo y de ruido propio del vuelo en el espacio curvo y el aburrimiento de yacer solitario con aquella media luz que sus enemigos habían olvidado de apagar al salir.

Su cabeza se fue aclarando poco a poco después de haber dormido y descansado y comenzó a pensar acerca de que los mutantes que habían tenido contacto con él telepáticamente; sobre la voz que había sintonizado en el interior de su mente, cuando su desgraciado intento de escapar en el viejo navío espacial comercial y más recientemente en el aeropuerto espacial de Stanarta. Las voces telepáticas no permitían reconocer la identidad ni el sexo del comunicante...

Eran, simplemente claras voces que se infiltraban en el cerebro propio. Kain, por tanto, no tenia la menor idea de quién pudo haber tomado contacto con él; pero ahora estaba convencido de que aquello había sido una realidad evidente y no el producto de su imaginación.

La segunda vez, especialmente, el contacto había sido una profunda transferencia de ideas en su mente. Una serie de ideas y conocimientos que podría usar más tarde y que conocería cuando debería hacer uso de ellos, según le había advertido precavidamente,-la voz amiga.

Kain cesó de hacer cábalas sobre el particular, al oír de nuevo el ruido metálico de pisadas en el exterior de la puerta de la cabina. Oyó descorrer el cerrojo. Si era Scudderman, tendría que volver a patearle, ya que era su única posibilidad de desquitarse de algún modo.

Pero no se trataba de Scudderman. Era un fornido guardián de prisiones trayendo .una bandeja con varios trozos de pan basto y corriente y un vaso de plástico con agua. Al igual que el otro guardián que había venido anteriormente con el Comandante, aquel era también muy joven.

Kain se levantó tomó el pan y el agua y comenzó a comer con apetito de lobo hambriento. El guardián permaneció en pie frente a él. Se leía admiración en sus ojos, aunque la mano la tenía bien cerca de la empuñadura de su pistola.

—Rhys Jankowictz me ha dicho que ha dado usted un puntapié en la barriga a Scudderman —dijo el joven con precaución.

—Si Rhys Jankowictz es el joven que estuvo aquí con Scudderman, tiene razón —comentó Kain, mientras comía los trozos de pan.

El guardián murmuró en un tono confidencial.

—Es un recluta como yo. No tenía ningún deseo de servir en el Cuerpo Penal, como yo tampoco lo he deseado nunca. Hemos sido reclutados a la fuerza, a causa de nuestra estatura. Me llamo Franz Ortinelli.

—El Cuerpo Penal parece hacer las cosas muy bien —observó Darrel Kain.

Ortinelli sonrió inocentemente.

—Todos nosotros acabamos de cumplir nuestro período de entrenamiento y vamos a reemplazar por primera vez a los guardianes de Granzil-Dos —dijo—. De nuevo brilló en sus ojos una mirada de admiración y añadió: —Cualquiera que pueda patear a Scudderman en la barriga, es amigo nuestro.

El joven guardián calló y dirigió una cautelosa mirada sobre su hombro. Se acercó más a Kain.

—Yo no entiendo esta cuestión política muy bien; pero creo que ustedes los supernormales tienen razón al decir que son los herederos del poder y la sabiduría y que acabarán por tomar las riendas del gobierno del Imperio Estelar. Me parece justo que es precisa una mente supernormal para que la supremacía de la inteligencia terrestre, pueda perdurar en el Universo. Ustedes cuentan con muchos simpatizantes entre la gente normal. La mayor parte de la gente, piensa que Escario, sólo juega a mantener vivas las viejas glorias del Imperio Terrestre Interestelar. No hay duda de que el Nuevo Imperio está en franca disolución, mire las revoluciones ocurridas en Forbel-Nueve y todas las actividades antiimperiales de los colonizadores de los Seis Mundos.

Darrel Kain se quitó de la boca una corteza del pan que comía y miró de plano al joven guardián.

—Si cree usted que con ese discurso, espera oírme decir algo del Nuevo Imperio, pierde usted el tiempo por completo, hijo —comentó.

El casco de Ortinelli estaba bien cerrado; pero se hallaba muy cerca de Kain para que éste pudiera comprender que sus pensamientos eran sinceros. Así lo comprendió Darrel, quien en tono más agradable dijo al joven guardián:

—Sí, es cierto, Franz, el Nuevo Imperio, está disolviéndose. La sola gente que pueda salvar los mundos estelares de volver a una regresión de barbarie militarista, o lo que es aún peor, que se vuelva a los días anteriores a la época de la Emperatriz Elvira, son sólo los mutantes. Escario ha conseguido su poderío inmenso a su manera, llevando hasta lo último su sistema de guerrear sin piedad en los mundos estelares. Escario considera a los mutantes como a un peligro y una amenaza para su propio personal y como casi todos los dictadores, trata de eliminar las amenazas, con la persecución No podrá continuar trabajando en ese camino por mucho tiempo. Escario trata de nadar contra la corriente de la Historia. Sus métodos persecutorios han alcanzado una tal intensidad, que la Liga Mutante, se ha visto forzada a entrar en acción echando mano a un arma temible: la guerra con las bombas mentales.

—Y usted, que es un técnico experto trabajando en ese tipo de bombas, es una buena presa —repuso el joven—. Le esperará una dolorosa prueba y un terrible interrogatorio al llegar a la colonia penal.

—Dolorosa —gruñó el preso—, es la palabra que conviene al caso.

Ortinelli se rebuscó en un bolsillo de su túnica y extrajo un paquete de cigarrillos U’croi. Ofreci6 uno a Kain, que encendió con una cerilla que el joven sacó de otro bolsillo.

Al cerrarse la puerta tras el joven guardián, sólo quedó de nuevo el increíble silencio anterior. Kain se echó otra vez en su camastro, pensando y gozando del cigarrillo que tenía en la mano, el mayor tiempo que le fuera posible.